EE.UU. La crueldad y el morbo presente en la aplicación de la pena de muerte

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En el “paraíso” de la democracia y los derechos humanos, la ejecución de un reo además de practicarse con métodos inhumanos es convertida en un espectáculo.

Diversos medios están publicando la realizada en Tennessee donde Edmund Zagorski de 63 años, solicitó ser electrocutado en lugar de morir por inyección letal, porque  según el diario El País sus abogados declararon que él mismo se vio forzado a tomar esa decisión, ya que el cálculo que habían hecho era espeluznante: con la inyección letal podía vivir los últimos 10-18 minutos de su vida en medio de una terrible agonía, mientras que con la silla eléctrica solo sentiría un dolor insoportable durante unos 15 o 30 segundos.

Amplia el medio que en estos momentos los compuestos necesarios para la inyección letal, resultan de dudosa calidad y procedencia debido a que las farmacéuticas dejaron de proveer a las prisiones con el anestésico que seda al preso antes de que se le apliquen las dosis que le provocan la parada cardiorrespiratoria, lo que ha conllevado a que los ejecutados por este método sufran horriblemente antes de morir.

Un caso representativo fue el ocurrido en abril del 2014 en el cual Clayton Lockett  sufrió durante 43 minutos en medio de brutales convulsiones, retorciéndose sobre la camilla mientras intentaba deshacerse de las ataduras. Fue tal la repercusión del hecho que el entonces presidente de EE.UU., Barack Obama se vio obligado a calificarlo de inhumano.

A lo anterior hay que agregar que las ejecuciones en el país que se quiere erigir como campeón de los derechos humanos son convertidas en un verdadero show  en el cual los espectadores pueden variar según las leyes de los diferentes estados, pero en sentido general  participan: Familiares del condenado y de las víctimas, los abogados, representantes de los medios de prensa; y los llamados testigos públicos, que según Robert Dunham, director ejecutivo del Centro de Información sobre la Pena de Muerte toman el lugar del público general. Estos testigos públicos son personas que se ofrecen voluntariamente para presenciar las ejecuciones.

Tan enferma está la sociedad norteamericana que según refiere BBC en Arkansas existe una verdadera avalancha de personas dispuestas a actuar como espectadores voluntarios en las ejecuciones.

Viendo esta realidad a la que se deben agregar otros fenómenos y aberraciones que afectan a Norteamérica como la violencia, el racismo, la xenofobia, en la que se enjaulan niños, etc., uno se pregunta, ¿Cómo pueden ser tan inmorales e hipócritas de pretender juzgar a Cuba por supuestas e inventadas violaciones de los derechos humanos?

Y como si no les bastara con todas estas atrocidades ahora el gobierno norteamericano se dispone a enfrentar a una caravana de emigrantes desarmados entre los que se encuentran niños y mujeres con su ejército armado hasta los dientes. Más barbarie no se puede concebir.

PostCuba

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