Bandera cubana en portal de vivienda del municipio de diez de octubre, en La Habana. Foto: Abel Padrón Padilla/ Cubadebate.
Pocos ignoran mi solidaridad con la Revolución cubana. Durante 40 años he visitado con frecuencia la isla por compromisos de trabajo e invitaciones a eventos. Durante un largo período, medié en la reanudación del diálogo entre los obispos católicos y el gobierno cubano, como se describe en mis libros ‘Fidel y la religión’ (Fontanar/Companhia das Letras) y ‘Paraíso perdido – Viajes al mundo socialista’ (Rocco).
Conozco en detalle la vida cotidiana cubana, incluyendo las dificultades que enfrenta la población, los desafíos a la Revolución, las críticas de los intelectuales y artistas del país. Visité cárceles, hablé con opositores a la Revolución, conviví con sacerdotes y laicos cubanos opuestos al socialismo.
Cuando me dicen a mí, un brasileño, que en Cuba no hay democracia, desciendo de la abstracción de las palabras a la realidad.
¿Cuántas fotos o noticias se han visto o se ven de cubanos en la miseria, mendigos desparramados en las aceras, niños abandonados en las calles, familias bajo los viaductos? ¿Algo parecido a la cracolândia, a las milicias, a las largas colas de enfermos que esperan años para ser atendidos en un hospital?